La teta amarga de la luna se dejó caer en mi boca como la manzana del árbol
La saliva, mano ajena, la canica en la ranura.
El peso del centavo en la fuente de espaldas a ella
—mientras yo la miraba alejarse para ver si daría la vuelta.
Pero llegó a su casa a prepararse algo de comer
con las porciones que envejecían en el mismo baúl,
como si alguna vez llegase a tener descendencia.